Dado que tenéis que preparar vuestra exposición "monstruosa" , os dejo el siguiente enlace -hay muchísimos- en el que de una forma bastante clara y completa se os ofrecen pistas para que elijáis el tema de vuestra disertación. Ánimo, recordad que no solamente (aunque hayan sido los personajes más fructíferos), debéis centraros en Frankestein o el vampiro... el miedo da mucho juego.
Aunque hoy día ,el siguiente fragmento nos pudiera parecer una parodia (los efectos especiales son muy rudimentarios, pensemos que es una película de 1943), se pueden ver en él y analizar los principales rasgos del género gótico y, por supuesto, del Romanticismo.
Producto audiovisual extraído del siguiente enlace
https://www.youtube.com/watch?v=ekPf-51pCY8&t=29s
Podéis basar vuestra charla sobre estos temas:
Rasgos, antecedentes e influencias posteriores de la novela gótica.
Frankestein o el moderno Prometeo (1818), Mary Shelley.
El vampiro (1819), John Polidori.
Melmoth, el errabundo, Charles Maturin,
Textos seleccionados:
Carta I
A la señora SAVILLE, Inglaterra .
San Petersburgo, 11 de diciembre de 17...
Estos pensamientos han disipado la agitación con la que empecé mi carta y siento arder mi corazón con un entusiasmo que me transporta; nada hay que tranquilice tanto la mente como un propósito claro, una meta en la cual el alma pueda fiar su aliento intelectual. Esta expedición ha sido el sueño predilecto de mis años jóvenes. Apasionadamente he leído los relatos de los diversos viajes que se han hecho con el propósito de llegar al Océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean el Polo. Quizá recuerdes que la totalidad de la biblioteca de nuestro buen tío Thomas se reducía a una historia de todos los viajes realizados con fines exploradores. Mi educación estuvo un poco descuidada, pero fui un lector empedernido. Estudiaba estos volúmenes día y noche y, al familiarizarme con ellos, aumentaba el pesar que sentí cuando, de niño, supe que la última voluntad de mi padre en su lecho de muerte prohibía a mi tío que me permitiera seguir la vida de marino.
Aquellas visiones se desvanecieron cuando entré en contacto por primera vez con aquellos poetas cuyos versos llenaron mi alma y la elevaron al cielo. Me convertí en poeta también y viví durante un año en un paraíso de mi propia creación; me imaginé que yo también podría obtener un lugar allí donde se veneran los nombres de Homero y Shakespeare. Tú estás bien al corriente de mi fracaso y de cuán amargo fue para mí este desengaño. Pero justo entonces heredé la fortuna de mi primo, y mis pensamientos retornaron a su antiguo cauce.
Han pasado seis años desde que decidí llevar a cabo la presente empresa. Incluso ahora puedo recordar el momento preciso en el que decidí dedicarme a esta gran labor. Empecé por acostumbrar mi cuerpo a la privación. Acompañé a los balleneros en varias expediciones al mar del Norte y voluntariamente sufrí frío, hambre, sed y sueño. A menudo trabajé más durante el día que cualquier marinero, mientras dedicaba las noches al estudio de las matemáticas, la teoría de la Medicina y aquellas ramas de las ciencias físicas que pensé serían de mayor utilidad práctica para un aventurero del mar. En dos ocasiones me enrolé como segundo de a bordo en un ballenero de Groenlandia y ambas veces salí con éxito. Debo reconocer que me sentí orgulloso cuando el capitán me ofreció el puesto de piloto en el barco y me pidió reiteradamente que me quedara ya que tanto apreciaba mis servicios.
Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!: ¡santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios. (Frankenstein, Mary Shelley)
Carta I
A la señora SAVILLE, Inglaterra .
San Petersburgo, 11 de diciembre de 17...
Estos pensamientos han disipado la agitación con la que empecé mi carta y siento arder mi corazón con un entusiasmo que me transporta; nada hay que tranquilice tanto la mente como un propósito claro, una meta en la cual el alma pueda fiar su aliento intelectual. Esta expedición ha sido el sueño predilecto de mis años jóvenes. Apasionadamente he leído los relatos de los diversos viajes que se han hecho con el propósito de llegar al Océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean el Polo. Quizá recuerdes que la totalidad de la biblioteca de nuestro buen tío Thomas se reducía a una historia de todos los viajes realizados con fines exploradores. Mi educación estuvo un poco descuidada, pero fui un lector empedernido. Estudiaba estos volúmenes día y noche y, al familiarizarme con ellos, aumentaba el pesar que sentí cuando, de niño, supe que la última voluntad de mi padre en su lecho de muerte prohibía a mi tío que me permitiera seguir la vida de marino.
Aquellas visiones se desvanecieron cuando entré en contacto por primera vez con aquellos poetas cuyos versos llenaron mi alma y la elevaron al cielo. Me convertí en poeta también y viví durante un año en un paraíso de mi propia creación; me imaginé que yo también podría obtener un lugar allí donde se veneran los nombres de Homero y Shakespeare. Tú estás bien al corriente de mi fracaso y de cuán amargo fue para mí este desengaño. Pero justo entonces heredé la fortuna de mi primo, y mis pensamientos retornaron a su antiguo cauce.
Han pasado seis años desde que decidí llevar a cabo la presente empresa. Incluso ahora puedo recordar el momento preciso en el que decidí dedicarme a esta gran labor. Empecé por acostumbrar mi cuerpo a la privación. Acompañé a los balleneros en varias expediciones al mar del Norte y voluntariamente sufrí frío, hambre, sed y sueño. A menudo trabajé más durante el día que cualquier marinero, mientras dedicaba las noches al estudio de las matemáticas, la teoría de la Medicina y aquellas ramas de las ciencias físicas que pensé serían de mayor utilidad práctica para un aventurero del mar. En dos ocasiones me enrolé como segundo de a bordo en un ballenero de Groenlandia y ambas veces salí con éxito. Debo reconocer que me sentí orgulloso cuando el capitán me ofreció el puesto de piloto en el barco y me pidió reiteradamente que me quedara ya que tanto apreciaba mis servicios.
Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!: ¡santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios. (Frankenstein, Mary Shelley)
El caballo se asustó de repente, y emprendió un galope alocado por entre el espeso
bosque. Por fin, agotado de cansancio, el animal se paró, y Aubrey descubrió a la luz de los relámpagos que estaba en la vecindad de una choza que apenas se destacaba por
entre la hojarasca y la maleza que le rodeaba.
Desmontó y se aproximó, cojeando, con el fin de encontrar a alguien que pudiera
llevarle a la ciudad, o al menos obtener asilo contra la furiosa tormenta.
Cuando se acercaba a la cabaña, los truenos, que habían callado un instante, le
permitieron oír unos gritos femeninos, gritos mezclados con risotadas de burla, todo
como en un solo sonido. Aubrey quedó turbado. Mas, soliviantado por el trueno que
retumbó en aquel momento, con un súbito esfuerzo empujó la puerta de la choza.
No vio más que densas tinieblas, pero el sonido le guió. Aparentemente, nadie se había
dado cuenta de su presencia, pues aunque llamó, los mismos sonidos continuaron, sin
que nadie reparase al parecer en él.
No tardó en tropezar con alguien, a quien apresó inmediatamente. De pronto, una voz
volvió a gritar de manera ahogada, y al grito sucedió una carcajada. Aubrey hallóse al
momento asido por una fuerza sobrehumana. Decidido a vender cara su vida, luchó mas
en vano. Fue levantado del suelo y arrojado de nuevo al mismo con una potencia
enorme. Luego, su enemigo se le echó encima y, arrodillado sobre su pecho, le rodeó la
garganta con las manos. De repente, el resplandor de varias antorchas entrevistas por el
agujero que hacía las veces de ventana, vino en su ayuda. Al momento, su rival se puso
de pie y, separándose del joven, corrió hacia la puerta. Muy poco después, el crujido de
las ramas caídas al ser pisoteadas por el fugitivo también dejó de oírse.
La tormenta había cesado, y Aubrey, incapaz de moverse, gritó, siendo oído poco
después por los portadores de antorchas.
(El
Vampiro, John Polidori)
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